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viernes, 8 de mayo de 2015

Romeo Alfa

Romeo era un niño de sólo 4 años cuando le cambió la vida para siempre. Hasta entonces había sido un niño "para comérselo"; y lo que eso conyeva. Dulce, tierno, cariñoso, era un primor; una preciosidad "efímero y lindo" como una pompa de jabón. Además sabía genial. 
Vivió princeso y sireno hasta su cuarto cumpleaños. Fue aquel día cuando su papá le regaló un coche.
Su padre, Mass Errati era un apasionado de los coches y a su hijo ojo derecho, el mayor de los tres lo quería con locura. Con el mismo tipo de locura bonita, preciosa, que amaba a sus amigos mecánicos.
Con esa pasión con la que se mima cada detalle cada instante de la cosa amada. Pero ese amor tan nuevo también se enamoró de Romeo y se lo comió por completo. El niño empezó a ser él sólo en su coche/nave.


A Romeo le encantó su regalo de cumpleaños. Todavía quedaba mucho para poder disfrutarlo a fondo pero el pequeño era audaz y le pidió a su padre unas ruedecillas para su regalo de cumpleaños. Su padre le había enseñado a no pedirle nada; pero aquello merecía el bocinazo o incluso la burla de su padre durante años. Su padre se limitó a mirarlo y a esbozar una leve sonrisa en sus labios finos. El pequeño comenzó a dedicar tiempo a inventar la manera de disfrutar su coche nuevo y lo convirtió su habitación de los juguetes. Desde allí encerrado comenzó a viajar solo por todo el mundo; lugares reales algunos y otros imaginarios. Cuando Romeo se dio cuenta que su audacia no le valdría con su papá para conducir el coche nuevo, ni siquiera sobre sus piernas, dejó de pedir cosas más aún. (Además se hizo consciente que los mayores no entienden lo que los niños quieren aunque se lo piden... y es peor el remedio que la enfermedad, a veces...)

El pequeño se montaba en su coche y algunas tardes iba a dar un paseo por la pequeña ciudad en la que vivían y otras veces iba por otras calles que sólo el conocía. Soñaba despierto pegado a aquel suave volante. Con vagar por ciudades de colores y golosinas. Por paseos de arena y de mar. Con viajar por las nubes y alcanzarlas tras las ventanillas bajadas y con esquivar mariposas y mariquitas en pleno vuelo...


Una buena tarde cuando Romeo viajaba por el espacio sideral se abrió la puerta de su coche-nave espacial. El pequeño descendió de sus mundos sin gravedad ni cambios de presión, no sabía ni que eran esas cosas... Sólo era su madre; pero tras su cabecita y sus palabras incomprensibles hasta que se le abrieron las orejas había una niña como él; pequeña pero rara. Entendió Giulieta de la boca de su madre y después apareció la cabecita de la niña que se quedó sentada en el asiento trasero con un oso de peluche entre las manos. Tenía una sonrisilla ingenua; de niña pequeña y los ojos achinados; del andaluz como dos puñalás en un tomate. La tal Giulietta le parecía una rareza a Romeo y la dejó jugar a su juego.

El oso va alante conmigo le dijo el niño. Necesito copiloto.
Y llevando su mano al oso de la pequeña se lo arrancó de los brazos de un tirón. La niña hizo un puchero o casi lo contrario a su pequeña sonrisa y de un salto atravesó el hueco de entre los asientos delanteros del coche y se sentó junto a su oso. El niño tras mirarla de reojo y esbozar una sonrisa fina como las de su papá le dijo a la pequeña que donde le gustaría ir de paseo.

La pequeña dudó un segundo e hizo la típica pregunta de pequeñez; ¿donde quiera de todo el universo de verdad? a lo que el pequeño contesto con las mismas palabras casi asegurando pero solo repetía lo que la Giulietta decía...

Tras dudar unos segundos más la niña lo miró firme a los ojos, del mismo color que el de sus sueños, y le dijo: yo quiero que nos demos un paseo por el corazón de tu nave.

Romeo se quedó petrificado, nunca se le había ocurrido ese paseo por los engranajes más profundos de su 'nave' como la había bautizado la extraña aquella diminuta como él.

Confuso pero con ganas de aquel viaje Romeo miró a la niña y le dijo guiamé; no se donde puede tener el corazón mi nave.
Puff  pues yo tampoco sé; contestó la niña como perdiendo la esperanza pero rápido sonrió y dijo acelerada y moviéndose en el asiento chocando contra su oso; "Probemos a hacerle cosquillas"

Tras sonreirse ambos como quien firma un pacto a cosquillas comenzaron a trastear el coche cada uno con sus manecitas, por su lado. De arriba a abajo; parasoles, salpicadero, puertas, asientos y hasta las esterillas de los suelos las toquetearon. No obtuvieron nada hasta llegar al centro del salpicadero. Allí sus manitas se rozaban mientras tocaban unas teclas con colores y lucecitas muy brillantes y llamativas. (No sabían como no habían recaído en aquellas luces tan atractivas, quizás esquivándose). 
El caso es que cuando llevaban un ratito presionando los botones de colorines  empezó a sonar una canción que les gustaba mucho a los dos. El clásico del rey león y ambos comenzaron a bailar y a moverse descontrolados sobre los asientos del coche. Por unos minutos el coche se hizo selva y los dos niños danzando de la parte delantera a la de atrás eran un espectáculo divertido y gracioso desde cualquier perspectiva que se viese aquello. Por cualquiera de las lunas de la nave espacial que viajaba desde aquel día también a la mecánica de los corazones de naves...

Tras esa canción sonaron otras que no conocían pero también les hacían saltar y reírse o sentarse y sonreír y nada más. 
Se les pasaron las horas muertas. (En realidad sólo las vivieron)

De repente se abrió una de las puertas de la nave. Esta vez era la mama de Giulieta. Vamos Giú le dijo haciendo un movimiento con a cabeza de baja del coche' y la niña sujetando a su oso soltó un resoplido y un joooooo mamá todavía no se si hemos llegado al corazón de la nave!

Romeo de nuevo pasmado miraba a la niña con ojos de niño pequeño; a el casi se le había olvidado la misión de lo que se había reído y saltado. Se lo había pasado tan bien como cuando jugaba sólo; casi incluso mucho mejor. Y ahora había encontrado su misión; tenía que llegar al corazón de su coche y la pequeña aquella lo ayudaba de una forma diver....

Jooo! déjela quedarse a dormir! Exclamo excitado por el momento y por la situación el pequeño Romeo, el que nunca pedía nada se esplayaba; anda que si lo escuchara su papá! pensó y se puso rojo como un tomate frente a la mirada con ojos raros de la mamá de Giulieta... No puede ser, explicó la madre extrañada ante aquella singular petición. (Sólo tienen 4 años, que estoy pensando debió pensar)
Pero esquivó la conversación como hacen los adultos: Romeo! otro día te vienes tu a casa y jugais en el armario de Giú!, perdón en su nave espacial!

Los niños se miraban con tanta travesura que parecía picardía infantil. Era sólo serendipia, a ellos les parecía un deja vú pero no sabían que les pasaba juntos. Se sonreían.

Giulieta le dio un beso en la mejilla a Romeo y le dijo al oído; "las mariquitas son muy feas mientras vuelan" y tras sonreír juntos se desearon dulces sueños y los niños se bajaron de la nave ....



PD: De más pequeña creía que cuando los coches crecían se hacían otros mejores. De Peugeot 106 a Alfa romeo Giulieta o de Focus a Maserati... cosas así.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja

El cuento es precioso.
Las posdata....más

Eva

Virgin dijo...

Gracias ... tu si que eres bonica